martes, 21 de julio de 2009

La vida en Florencia

Experiencia muy buena:
Si hay un concepto que me caracterizaba era la sensibilidad; me lo había dicho mi madre, que no se cansaba de repetirme que, hasta el paladar yo tenía sensible. Y, debido a esta característica, me utilizaba de probadora oficial de sus comidas.
Para mi era algo natural; yo le decía “está muy fuerte” o “le falta condimento”, o “está a punto”. Pero ella decía que esas acotaciones eran fundamentales para alcanzar el súmmum del buen gusto.
Ahora bien, estábamos en Florencia, no sólo para conocer el esplendor de esta ciudad, cuna del Renacimiento, sino porque mi mamá tenía intenciones de perfeccionarse en el arquetipo de la cocina Toscana.
Entonces, entre paseo y paseo, visitábamos restaurantes, ella pedía y yo probaba; luego anotaba mis apreciaciones.
Por las mismas calles que ahora paseaba yo, habían circulado, en algún tiempo, Miguel Ángel, Leonardo y Rafael, y, para mí, que era una devoradora del buen arte, ese gran detalle le daba importancia a mi estadía.
Y después de Miguel Ángel, venía un trozo de bistec a la florentina, el plato típico de esa tierra y mi apreciación: “exquisito”. Mi madre se sorprendió, jamás había tenido esa devolución, siempre algo encontraba. Pero, en esa ocasión, no pude más que otorgarle esa calificación.
Cada calle, cada plaza, un pequeño templo, el parque de la Signoría, la cultura flotando en el viento y una copa de vino toscano que mi madre me dio a probar; todas estas piezas armaban ese rompecabezas de Florencia que yo no quería olvidar.
Fuente:http://www.eviajado.com/
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