jueves, 23 de julio de 2009

En Ruanda, Uganda

Relato muy interesante:
La visita a Uganda y Ruanda me ha hecho comprender que no tiene ningún sentido preocuparse por las trivialidades de nuestra vida cotidiana. Que existe un lugar a poco menos de siete horas de avión donde los niños, siempre respetuosos, esperan pacientemente a que les regales unos lápices de colores. Donde, a pesar de no tener agua caliente, las madres bañan a sus hijos con un cubo en la calle. Donde, por desgracia, niños y ancianos comparten la dura tarea de picar piedra en las canteras y donde unos guantes de jardinero, algo tan accesible para cualquiera de nosotros, hacen parecer afortunados a unos agricultores de las Virungas.
Nunca podré olvidar como me conmovió ver como niños y adultos nos saludaban con fervor y cariño al grito de “MZUNGU” (Hombre blanco), mientras en nuestro camión canciones de ritmos africanos, como Aicha, ponían banda sonora a nuestro viaje. Todos nos vitoreaban y sonreían, como si el mero hecho de vernos hubiera sido lo mejor que les había ocurrido en toda la semana. Nunca podré olvidar el momento en el que comprendí que es más pobre el que anhela poseer, que el que no tiene nada. Quizás un día el mundo esté mejor repartido. Quizás entonces, todos nos preocuparemos por lo real y nos olvidaremos de lo banal. Quizás llegue un día en el que los países denominados “desarrollados”, se olvidarán de la hipocresía y se preocuparán por algo más que sus propios intereses. Quizás, ese día no abandonarán a su suerte a cientos de miles de personas inocentes, tal y como ocurrió durante el genocidio ruandés.
Mientras tanto, seguiremos tropezando con la misma piedra y continuaremos cambiando el canal de la tele cuando veamos la tristeza en los rostros de los que buscan refugio, víctimas del éxodo del Congo o de Sudán, porque eso siempre nos da mucha pena.
Fuente:http://www.viamedius.com
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