sábado, 25 de abril de 2009

Vacaciones en Cantabria

Lectura muy amena:
Sin embargo, la única no sorprendida soy yo. La conozco a María Esther desde los tres años, tiempo que, como vecinas de casa de por medio, nos amistamos para toda la vida. Ella me quería mucho a mí y yo a ella, aunque ella fuera especial, difícil de llevar.
La vida la había golpeado fuertemente; la había vuelto cerrada, fría, introvertida, demasiado formal para relacionarse con sus pares.
Pero yo sabía que esa actitud se había confeccionado a golpes muy profundos y que, detrás de esa coraza, se escondía aquella niña de trenzas y moños rojos que me tocaba la puerta de mi casa para invitarme a jugar.
Como aquellos años de nuestra infancia, esta vez no me había convencido para jugar a la escondida – y ocultarnos tras la estanciera de su padre-sino para que viajara con ella a las playas de Cantabria. Le dije que si, pero que iría menos día que ella. No conocía esa zona, y me habían dicho que tenía unas playas magníficas.
Creí que se había arrepentido hasta que recibí ese e-mail tan formal, tan parco, tan descriptivo del lugar, pero tan poco entendible para mí que no lo conocía y debía llegar.
Finalmente alquilé un auto para llegar. En un momento –luego de andar bastante- las casas pintadas de blanco, una iglesia gótica y una fachada medieval – además de un hermoso paisaje costero- empezaron a contarme que había llegado a destino; el destino señalado por María Esther.
Fuente:http://www.eviajado.com
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