jueves, 20 de agosto de 2009

Para tu alma - Londres

Lectura muy amena:
Ese día, desde el London Eye divisé la ciudad, algunos hoteles baratos Londres donde estuvimos buscando alojamiento y una bella señora que me miraba con cara de espanto desde una distancia que para mí, arriba de la Noria gigante, eran algo así como 10 kilómetros.
Hacía mucho que yo me había resignado, pensaba en la soledad como mi mejor compañera y como además y por fortuna, tengo una hija maravillosa que todo el tiempo se preocupa y ocupa de mí, pensar en una nueva dama en mi vida parecía una locura.
Sin embargo, y a pesar de mi cara de nauseas, esa mujer me miraba, fijamente y estoy seguro que no la conocía. Varios giros di en la vuelta al mundo mirando a sus ojos firmemente, hasta que me bajé, mareado, buscándola entre la pequeña multitud y los flashes fotográficos. Pero no la pude encontrar.Esa misma tarde me paseé con cara triste por el resto de las atracciones que visitamos y me sorprendí desesperanzado de algo que ni siquiera sé si fue real.Al día siguiente, con el ánimo renovado, partimos hacia el Madame Tussauds, el museo que no quería perderme por nada del mundo y que me había dejado la noche nervioso, con gran ansiedad y expectativas.
Allí me deleite como un niño, mirando casi con lupa los detalles de los rostros más famosos del mundo: desde Shakespeare al Dalai Lama, pasando por David Beckham y el Príncipe Charles. Increíbles detalles, perfección sin límites. Casi humanos.
Entre esos rostros descubrí otro, muy quieto, que me miraba, como todas las estatuas parecían mirarme, sólo que este no tenía el brillo aceitado de las estatuas.
Era la señora de la Noria, la dama misteriosa, que se sonrió cuando detectó en mi mirada que la había reconocido; casi alegrándose de que ocurriera.
Yo, como un niño, comencé a ponerme nervioso y creo que el reflejo de mi rostro era el de un adolescente enamorado que caminaba sobre sus piernas sólo porque ellas así lo querían, y se acercaban rápidamente a ese grupo de estatuas donde la más bella figura era la de esta mujer.
Estela, me dijo. Raúl, respondí. Sus mejillas sonrojadas mostraban que ele ocurría lo mismo que a mí. Mis manos húmedas buscaron las suyas y se encontraron a mitad de camino.
Fuente:http://www.eviajado.com/
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