jueves, 20 de agosto de 2009

Irlanda - Dublin

Lectura muy amena:
No siempre había sido así pero con el tiempo me había vuelto demasiado introvertida, demasiado temerosa y demasiado cabalera. Le tenía terror a la mala suerte y eso hacía que viva pendiente de las escaleras, los paraguas, los colores y los gatos negros.
Salir a la calle era para mí una odisea, me la pasaba esquivando infortunios y terminaba pasándola muy mal; por eso, últimamente, había optado por no salir.
Si bien nunca había hablado de este tema con mis primas, en la familia los cuentos corren con ligereza y ellas estaban al tanto. Creo yo que por ese motivo organizaron ese viaje que me cayó como balde de agua fría.
Me invitaban a viajar a Dublin y, si bien yo no quería saber nada con abandonar mi casa, tampoco quería mostrarme débil ante ellas. Encima el viaje era a Dublin, una de las ciudades más transitadas y con más ritmo del mundo.
Pese a mi contrariedad les dije que sí y así nos fuimos las tres primas, tal como lo hacíamos cuando éramos chicas.
Dublin, la capital irlandesa, era, para mi estado emocional, el peor lugar en el que yo podía estar. Jóvenes –irlandeses y españoles- por todos lados, tiendas llenas de gente, bares desbordados y mucho glamour.
Erica era la encargada de hacer sociales en cada parada, Verónica insistía con conocer la parte cultural – el Castillo, la Catedral y la arquitectura- y yo permanecía callada.
Una noche, sentadas las tres en el Temple Bar, luego de que esa tardecita, durante la visita a la fábrica de cerveza Guiness, yo había salido corriendo porque un turista abrió su paraguas en el interior de ese edificio, abrí mi corazón y les hablé a mis primas de mi problema.
Erica se disculpó conmigo; Dublin era una preciosa ciudad pero tal vez no era indicada para empezar a desasnar un nuevo camino en mi vida.
Fuente:http://www.eviajado.com/
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