Las playas de Santander

Viajar es vivir:
Entonces, nos empezamos a alejar, cada vez más, pero yo nunca dejé de quererlo. En cambio, mis hermanas optaron por abordar la versión de mi mamá; claro, ellas no eran culpables de no recordar cómo habían sido las cosas.Un día mi padre me llamó por teléfono y me dijo que se iría a España; me recordó cuanto nos quería a las tres y me comunicó que iría a probar suerte, “para poder brindarnos una vida mejor”.
Siguió depositando dinero, pero nunca más supe de él. En algún punto presiento que mi madre interfería para que sus mensajes no llegaran a nosotras.
Sin embargo, hace algunos años, mi alma me comunicó que era hora de saber de mi padre, ese padre que mis pensamientos recordaban con mucho amor.
Sin decírselo a mi madre y a mis hermanas – pues irían a reaccionar mal-, inicié una búsqueda que, luego de un año, arrojó resultados positivos. Yo tenía 35 años y desde los 10 no veía a mi padre. Él tenía 66 y, desde hacía 25 años, no se relacionaba con sus hijas.
Lo encontré en Santander, capital de Cantabria. En principio no supe sí siempre había vivido ahí, ni tampoco porqué habría seleccionado ese lugar. Desde el primer momento supe que lo iría a saber, en el momento que lo fuera a visitar.
Sin pensarlo demasiado y, sin haberme comunicado previamente, viajé a España. Sabía que él estaba viviendo cerca del Paseo Pereda, un rincón arquitectónico de miradores y bonitos jardines.
Luego de unas cuantas horas llegué. Entre risas y llantos, abordé un taxi y le pedí que me llevara a la dirección que indicaba un papel machuco.
En el camino, pude maravillarme con la belleza de esa ciudad; un sitio con ese no sé qué costero que brinda calor, paz, armonía. Un sitio también elegante y un sitio con basta actividad comercial. Me preguntaba, una y otra vez, que estaría haciendo mi padre allí.
Fuente:http://www.eviajado.com/
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