Llegamos a Vigo

Relaro muy interesante:
Esta vez, llegó abril y llamé a Carlos, como cada año, el sabía ya el día y la hora a la que acostumbraba llamarle: sábados muy temprano. Así, si un sábado temprano le sonaba el móvil, el sabía que era yo y sabía qué era lo que le iba a decir.
¡Tenemos ganas de visitar Vigo!... segundos de silencio (o estaba tenso o dormido) pues la respuesta era una sola, siempre: Venga tío, ¡de calentón!
Entonces echábamos a reír y dibujábamos planes que finalmente nunca se cumplían. Sin embargo esta vez fue diferente: dos semanas después estábamos allí: Esteban, Luis y yo.Presagios de los malos, si acaso alguien los pueda tener (y creer en ellos) no dejamos que esta vez el viaje se arruine; no echamos cuenta de lo mucho que costó conseguir pasajes, de lo casi imposible que resultó reservar hotel, de la paloma muerta que apareció en el jardín donde nos reuniríamos una vez que llegáramos a Vigo ni de los pronósticos meteorológicos que auguraban la peor tormenta de la historia.Finalmente podríamos escuchar los cantos de sirena que le atribuyen a la prodigiosa metrópoli de las Rías Baixas. Salimos rumbo a Galicia. Vigo estaba al alcance, sólo debíamos continuar el camino que, sin pensarlo dos veces, nos habíamos echado a andar y que, según el mapa, estaba ya muy cerca de alcanzar.
Vigo, a prodixosa metropoli das Rías Baixas es una ciudad costera y con numerosas cuestas, por eso comenzamos a llamarle la “ciudad cuestera”.
(jugando con las palabras) Cuestión que Vigo se nos presentó sin problemas, los presagios no se cumplieron, no siquiera la profecía de Juanjo (que tuvo que quedarse) que cada año repetía “Vigo perderá todo su encanto una vez que podamos ir” (ésto lo decía por las altas expectativas que año a año teníamos de nuestro posible y frustrdo viaje a Vigo).
Fuente:http://www.eviajado.com
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