jueves, 26 de noviembre de 2009

Hablar de Badajos

Relato muy intersante:
La gallega que llevo dentro, y con mucho orgullo, tomó la posta para dar cátedra en un monólogo, en el que la frase inicial deber haber sido la más suave.
Yo siempre había admirado ese cariño por el suelo de origen, siempre había admirado a mi madre que bregaba por no olvidar la receta de las lentejas de mi abuela, siempre había admirado la idoneidad y la altura con la que mi padre criticaba a Franco, y no iría a permitir que nadie se burlara de esta forma de llorar la tierra.
Susana me pidió disculpas y no se las acepté, y no porque estuviera enojada sino porque no era a mí a quien debía pedirme perdón.
Al terminar ese almuerzo supe que no volvería al trabajo; sentí la necesidad de visitar a mis padres, de tomar un té con ellos, de escucharlos hablar de Badajoz.
En muchas ocasiones yo les había insistido para que regresaran a Extremadura, y ellos siempre habían desviado la conversación.
Siempre creí entender que tenían miedo de volver, temor al sufrimiento, y que optaban por conservar el recuerdo de su tierra tal cual la habían dejado.
Allí sólo les quedaban primos y amigos. El tiempo y la vida les habían arrebatado, primero a sus padres y luego a sus hermanos.
No obstante, aquella tarde yo fui dispuesta a convencerlos de volver. Me guardaba una carta importante: les propondría acompañarlos en ese regreso.
Y así fue, luego de tomar una exquisita manzanilla y, tras su sorpresa y sospecha por mi visita en ese horario, les dije: “Nos vamos los tres a Badajoz, y sin peros”.
Mi padre se rió y mi madre empezó a secarse las lágrimas con su delantal. Y si bien muchas veces yo los había incitado a volver, ésta parecía ser la vencida.
Fuente:http://www.eviajado.com
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