martes, 15 de septiembre de 2009

Sri Lanka - Sigiriya

Relato inolvidable:
Entre los restos de sus murallas, jardines y habitaciones vagan aún los fantasmas de un pasaje histórico que hubiera hecho las delicias de cualquier escritor de fantasía.
La existencia de Sigiriya se debe a una tragedia. En 478 d.C., Anuradhapura, al norte, era todavía la gran capital del reino cingalés y en sus magníficos edificios se tejió una conspiración digna de las mejores leyendas. Kasyapa era hijo del rey Dhatusena pero, nacido de una consorte sin sangre azul, sus posibilidades legítimas de llegar al trono eran nulas. Sabiendo que su medio hermano Moggallana, más joven pero efectivo heredero real, sería el próximo monarca, Kasyapa encarceló a su padre y lo asesinó. Mogallana, viendo cómo se las gastaba su hermano, se apresuró a huir abandonando la isla y cruzando el estrecho de Palk hacia la India para reunir un ejército con el que arrebatar la corona a su hermano. Las cosas fueron despacio y le costó nada menos que 18 años reunir el ansiado ejército, tiempo más que suficiente para que Kasyapa construyera una inexpugnable fortaleza en lo alto de una roca de 180 metros de altura que se elevaba majestuosa sobre el bosque circundante. Como Mogallana no daba señales de vida, el usurpador pasó años añadiendo comodidades y anexos a las instalaciones estrictamente militares: templos, jardines acuáticos, cómodas estancias y eróticos frescos de hermosas mujeres que cautivarían la imaginación de poetas y visitantes.
¿Fue quizá la construcción de este palacio una penitencia autoimpuesta por el asesinato de su padre? ¿O más bien un lugar de hedonismo y placer pecaminoso? ¿Quizá un mundo cerrado de carácter mágico o místico? Sea como fuere, el rey no perdió de vista ni mucho menos el fin último de la fortaleza: rodeó una amplia zona con murallas de un tamaño nunca visto hasta entonces en Sri Lanka, cavó fosos y dispuso diversos artilugios defensivos. En lo alto de la roca se alzaba, totalmente inaccesible, la fortaleza. Los puestos de centinela de la misma se hallaban especialmente diseñados para que los guardias no se durmieran: dar un mal paso suponía despeñarse doscientos metros.
Fuente:http://www.viamedius.com
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