domingo, 18 de octubre de 2009

Tunez - Tozeur

Lectura muy amena:
Corría el año 2002 cuando Dani (mi marido) y yo, que contábamos con un presupuesto bastante ajustado, escogimos Túnez como lugar de vacaciones. Hicimos un recorrido por el sur del país, visitando oasis de montaña como Tamerza, ciudades de película como Matmata o desiertos como el del Sahara que nos brindó la posibilidad de montar en dromedario (experiencia que, por cierto, es apta para todos los públicos y muy, muy divertida).
Pero, curiosamente, nuestra mayor aventura tuvo lugar el último día. Nos alojábamos en un magnífico hotel de la zona de Jasmine Hammamet, el Vinci Lella Baya.
Dado que nos encontrábamos a unas dos horas del aeropuerto, nuestro autocar pasó a recogernos a las 10.30, pues nuestro avión salía de Cartago a las 13.00. Dani le preguntó al conductor en “inglés”, o mejor dicho, en su inglés, “eirport?” a lo que el chófer contestó “yes”. Así que subimos y nos acomodamos tranquilamente en nuestros asientos. Mientras recogíamos al resto de turistas en sus hoteles, el conductor contaba una y otra vez a los pasajeros como si algo no terminara de cuadrarle. Cuando llevábamos poco más de media hora de trayecto entre hoteles, se levantó dispuesto a numerarnos de nuevo mientras hablaba por el móvil en un perfecto francés. Yo, que en mis seis años de francés no he conseguido más que entender cuatro palabras, apenas pude distinguir el significado de “aeropuerto” y “Monastir”, lo cual fue más que suficiente para percatarme de que algo no iba bien. Decidimos preguntar si nuestro autocar se dirigía al aeropuerto de Cartago, cuando el resto de viajeros, italianos en su mayoría, comenzó a armar un pequeño revuelo a la voz de “a taxi, a taxi”. El conductor dictaminó que se dirigía hacia el aeropuerto de Monastir y que si queríamos ir a Cartago, cogiéramos un taxi. De este modo y sin dejarnos mediar palabra, sin más, bajó nuestras maletas y nos hizo apearnos en una carretera en medio de la nada.
Mientras Dani trataba de recomponer su semblante, yo luchaba contra el ataque de risa que me produjo la situación y en menos de dos minutos, nos vimos parando una destartalada pickup con el fin de que nos llevase al pueblo más cercano en el que poder coger un taxi. Dani, tremendamente nervioso, se esmeraba en tratar de meter todo el equipaje en la cabina de la furgoneta, a pesar de tener toda la parte trasera a su disposición, y uno vez estuvimos acomodados (mis piernas sobre la guantera, alrededor de la palanca de cambios, las de Dani sobre el equipaje que a duras penas cabía…) reemprendimos el viaje rumbo a Hammamet.
Fuente:http://www.viamedius.com
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